El presidente lanzó su habitual discurso sobre el "blindaje de la frontera", dejando claro que su preocupación principal es la seguridad, pero se olvidó de mencionar que en varios puntos de la frontera, la realidad es otra: Haití no está solo al otro lado, sino que ya está dentro del territorio dominicano.

En Aguas Negras, donde dijo sentirse como si estuviera en Haití, la presencia de haitianos no es solo una cuestión de inmigración, sino un fenómeno de integración laboral y social que Abinader parece ignorar convenientemente. Mientras él habla de "estricto control", el país se "haitianiza" poco a poco.

Su respuesta ante las críticas internacionales es aún más curiosa. En lugar de proponer una solución real al sufrimiento que viven los haitianos, Abinader opta por repetir una y otra vez lo mismo: "defender a la República Dominicana". Mientras tanto, la comunidad internacional observa, y él, como un disco rayado, sigue insistiendo en que "las deportaciones son necesarias para la paz".

Sin embargo, la realidad es que el presidente no parece tener un plan claro, solo una retórica vacía que se queda en el aire, mientras las comunidades fronterizas viven una situación cada vez más compleja.